[Fantasía] Fallen

En un mundo en que los dioses hollan la tierra, caminando altivamente entre los mortales que les reverencian y les dan poder mediante su sumisión, un dios impotente se arrastra por la noche entre árboles y arbustos, desnudo, herido y derrotado. Keter, otrora dios protector de los trece reinos, ahora es solo una porción insignificante de su ser original, atrapado en una forma humana mortal. Nunca antes se ha sentido así. Las heridas que cubren su piel le causan molestia, y la noción de su propia mortalidad le hace dudar de todo a su alrededor.
Una pixie azul se posa en la rama de un pino junto a él, a la altura de sus ojos, y le observa. "¿Que miras, sierva del rey del bosque? ¿Te manda tu señor para hacer mofa de mí?", le pregunta el dios caido, "¿Te divierte verme herido, con mi capa de llamas y oro sustituida por un manto de miedo y dolor? ¡Desaparece, diminuto insecto con forma de mujer!". Keter se enfurece, extiende su mano para hacer arder a la pixie, pero su mayor logro alcanza a hacer saltar unas pocas chispas en el aire, asustando al fantástico ser que sale volando y comienza a dar vueltas alrededor suya mientras mantiene la distancia.
El único consuelo que encuentra en medio de la oscuridad es la tenue iluminación que ofrece el brillo azulado de la criatura, que le permite vigilar las raices y piedras del camino y evitar caerse de nuevo.
Desnudo, herido, derrotado y recibiendo la burla de un ser que una semana atrás habría temblado y huido presto con tan sólo sentir su presencia, avanza hacia la última esperanza que le queda. Ya han pasado cinco días desde la traición de sus hermanos y sus siervos, y del intento de darle muerte. Ha sacrificado todo lo que tenía a fin de simular su propia muerte. Ha sacrificado a miles de inocentes y su propia divinidad a cambio de su vida y ha huido con toda la ahora limitada fuerza de sus piernas. Ha huido. Desnudo, herido y derrotado, ha huido. Se da cuenta de que también ha sacrificado su orgullo.
Finalmente, llega al borde de un claro cubierto de lirios, en el medio del cual se alza una vieja casucha de madera. La noche es demasiado oscura y la luz de la pixie insuficiente para que pueda reconocer los símbolos cabalísticos que adornan las vigas de la casa, y para suerte suya hace mucho que nadie los cuida y renueva o quizás habría ardido con tan solo poner el primer pie en el claro.
En el interior de la chabolística estructura habita la última esperanza de Keter: un creyente. La última presencia de fé que siente, lo único que impide que su esencia se desvanezca en el aire y el cuerpo que ahora habita caiga al suelo, muerto. Mientras avanza por el pequeño jardín natural, su resolución se vuelve más firme. Comenzará desde cero, como hizo antaño. Este creyente es el primero, pero le permitirá predicar y aumentar el número de seguidores y, con ésto, la magnitud de su poder. Sólo siente a una persona en la casa, pero es joven y está llena de energía, el perfecto profeta. Se detiene frente a la puerta y sin vacilar la golpea fuertemente tres veces. Se hace el silencio. Por un momento, Keter se pregunta hasta qué punto debe resultar para un humano que un dios llame a su puerta tal y como los humanos llegan al mundo y le exija ser su profeta, pero su línea de pensamiento se interrumpe cuando la puerta se abre y puede ver a su creyente y futuro profeta, que le devuelve el escrutinio mientras la pixie revolotea alrededor de ambos.
Es una fuente de fé, sí, pero su estatura apenas alcanza para poner sus ojos a la altura del vientre de Keter, y aunque su pelo blanco y sus ojos ciegos son marcas muy reverenciadas en un profeta, el efecto general no resulta nada profético. Ni siquiera es un creyente varón, sino mujer.
"No, no es una mujer", piensa el dios, "És una niña que no debe alcanzar la quincena."
Y con todas sus esperanzas de gloria reconquistada destruidas y las consecuencias del sobreesfuerzo de su huida cayendo en avalancha sobre su cuerpo, el dios caido se derrumba exhausto, desnudo, herido y derrotado.